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​Anónimo

Grabado iluminado con óleo sobre papel,
con apliques ornamentales posteriores

26,5 x 19 cm

Siglo XIX


El Museo Colonial resguarda varios grabados; sobresale entre ellos un San Miguel, comprado en 2014 al Monasterio de Santa Inés de Montepulciano, de Bogotá. Junto con Rafael y Gabriel, Miguel pertenece al grupo de los arcángeles canónicos y es considerado el más importante de los tres.


Las fuentes de su iconografía, una de las de más larga data dentro del cristianismo, incluyen referentes mesopotámicos, judíos —tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento— y textos apócrifos de los primeros siglos del cristianismo. Así, tras esta imagen se esconde una gran mezcla de culturas. Ya en la Edad Media, su representación comenzó a asociarse a su rol bélico y guerrero, pues desde esa época se consideraba que Miguel guiaba a las huestes de ángeles de la Corte Celestial contra los seres angélicos que se rebelaron contra Dios. Por todo esto, durante el siglo XVI, en el contexto de la Contrarreforma, su imagen se asoció a la de defensor de la Iglesia Católica contra la herejía protestante. Fue precisamente a partir de ese siglo que su iconografía alcanzó amplia difusión, por lo que comenzaron a producirse representaciones suyas en variedad de formatos. San Miguel Arcángel era también el encargado de defender del demonio a las almas humanas y de pesarlas al momento del Juicio Final.


El grabado del Museo representa a san Miguel portando una armadura y empuñando una lanza que dirige contra un demonio ubicado en la parte inferior de la pieza. La estampa fue intervenida posteriormente: se agregó óleo para otorgarle mayor color; se compuso una celosía en papel bajo la cual se retiene al demonio, elemento que refuerza el rol de san Miguel como defensor de la Iglesia; finalmente, sobre la cabeza del arcángel se hicieron apliques con plumas y brocados, ornamentos que lo asocian a la figura de un ángel arcabucero. Esta última iconografía, creada en la escuela colonial andina, muestra a esta figura celestial portando un arcabuz y ataviada con llamativos ropajes que incluían plumas.


En el periodo colonial neogranadino y durante el siglo XIX, la intervención de estampas fue una práctica extendida, muchas solían decorarse cuidadosamente con todo tipo de materiales que creaban complejos efectos visuales y reforzaban su relato religioso. En este caso, las mismas monjas del convento pudieron haber modificado la imagen con el fin de exaltar la iconografía del arcángel. El pequeño formato de la pieza, así como su minuciosa ornamentación, hacen pensar que esta, como era común con las imágenes de san Miguel que tanto en Europa como en América se producían en formatos reducidos, tuvo una función principalmente devocional.