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Manuel Samaniego (atribuido) 

Óleo sobre tela 
70 x 56 cm 
Siglo XVIII 


Entre las diferentes imágenes que tuvieron acogida en la Nueva Granada se difundieron las alegorías, obras que pretendían visibilizar algunos dogmas de la Iglesia Católica mediante figuras humanas, animales, plantas u objetos. En el territorio americano, con el creciente proyecto evangelizador, este tipo de representaciones se convirtieron en un recurso fundamental para acercar la población a la fe católica. Es el caso de La proclamación de María Inmaculada, óleo en el que pueden apreciarse los fundamentos del dogma de la Inmaculada Concepción, presente también en otras piezas que alberga hoy el Museo Santa Clara. 


Esta creencia, fuente de importantes disputas desde los primeros tiempos del cristianismo, arribó a territorio americano con la Conquista y la Colonia españolas. Según el dogma, la concepción de María, pese a haber sido carnal, había estado libre de todo pecado. Se consideraba, entonces, que la madre de Cristo estaba por encima del pecado original, por lo que en esta pintura se la muestra en la parte superior de la composición con una túnica blanca, símbolo de pureza, y un manto azul; en sus manos porta un báculo y una paloma, símbolo esta última, del Espíritu Santo. 


Sus pies se posan sobre una media luna plateada, atributo con el que se la suele representar. Bajo ellos se ven también las ramas del árbol del bien y del mal que, según lo descrito en el Génesis, estuvo estrechamente relacionado con el pecado original. Fue de este árbol que Adán y Eva comieron el fruto prohibido, por lo que ambos personajes son representados a los pies de la Inmaculada, con evidente gesto de culpa y vergüenza; una cadena que cuelga de sus muñecas los mantiene atados. Del árbol sobresale la serpiente, incitadora del pecado y símbolo del mal, que rodea con su cuerpo a la pareja primigenia y a su vez sostiene entre sus dientes las cadenas. 


Pese a que la creencia en la Inmaculada Concepción fue declarada dogma de la Iglesia por el papa Pío IX solo hasta 1854, esta iconografía estuvo muy presente de manera temprana en la sociedad colonial neogranadina. La existencia de varias pinturas suyas en los muros del antiguo templo de Santa Clara da cuenta de la devoción de las clarisas hacia esta advocación. Estas imágenes pudieron funcionar también como una suerte de mecanismo de propaganda en favor del dogma.

  

La calidad de la pintura y el uso de unos colores más brillantes que los que solían utilizar los pintores neogranadinos, hace pensar que esta pieza, junto a otras que alberga el Museo Colonial, puede atribuirse al artista Manuel de Samaniego, reconocido pintor de la escuela quiteña del siglo XVIII. Su posible autoría da cuenta de la amplia circulación de imágenes al interior de los territorios americanos y las conexiones que entre ellos existían.