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Santa Ana, la Niña María y el Espíritu Santo 

Anónimo 

Pigmento sepia aglutinado con aceite y grafito sobre papel 

53 x 43 cm 

Siglo XVIII 


En 1942 ingresó al Museo Colonial una de sus colecciones fundacionales. Esta perteneció inicialmente a Carlos Pardo, importante coleccionista de finales del siglo XIX y principios del XX. Tras su fallecimiento, las piezas por él reunidas se compraron a sus familiares; entre ellas había un conjunto de 106 dibujos que para ese entonces fueron atribuidos al reconocido artista santafereño, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. Según la primera directora del Museo Colonial, Teresa Cuervo Borda, la adquisición de estos dibujos justificaba fundar esta institución. Teniendo en cuenta su importancia, estos dibujos han sido objeto de diferentes investigaciones recientes cuyos hallazgos han desmentido su anterior atribución. 


Entre las funciones que inicialmente cumplieron estos dibujos, estaban las de servir como bocetos y estudios para la composición pictórica. La producción y reproducción de imágenes a partir del dibujo implicaba la aplicación de diversas técnicas que permitían trasladar las figuras del papel al lienzo y viceversa. En el caso de Santa Ana, la Niña María y el Espíritu Santo se hizo uso de una retícula para trasladar la imagen del papel al lienzo. Para llevar a cabo este procedimiento, se trazaba un mismo número de recuadros sobre el dibujo y sobre la superficie a pintar. La aplicación de esta técnica permite ajustar el tamaño de la copia resultante, manteniendo sus proporciones. Por esta razón, en este dibujo pueden notarse leves trazos en el papel que permitían llevar a cabo dicho proceso. 


En esta pieza se representa a santa Ana sentada, con la Virgen Niña en su regazo, mientras le enseña a leer. Se trata de un tema que surgió tardíamente en la iconografía de la niñez de María y que, pese a que no está presente en fuentes conocidas canónicas o no se mantuvo invariable. Apareció a finales de la Edad Media y se difundió a lo largo de los territorios españoles en los primeros decenios del siglo XVI, incluida la Nueva Granada. 


En el siglo XVII, la figura de santa Ana como santa maestra pasó a relacionarse con los principios de educación de las órdenes surgidas en la religiosidad postridentina y la educación que debían tener las niñas y jóvenes. Estas imágenes establecían, entonces, un modelo a seguir entre la población femenina, pero también hacían evidentes los nuevos sistemas de predicación relacionados con el libro en la sociedad colonial, pues a través de él se aprendía a leer las oraciones y se conocía el proyecto de Dios en el Antiguo Testamento. Esa relación con lo divino se expresa y se potencia en esta imagen mediante la figura del Espíritu Santo que, representado en el segmento superior del dibujo en forma de paloma volando entre las nubes, parece irrumpir en la escena. 


Una de las particularidades de esta obra es que está compuesta por dos papeles de diferente tamaño pegados con adhesivo por el borde largo. Esto sugiere que, para la reproducción de la imagen, los personajes aquí representados debían tener un determinado tamaño para cumplir con un formato previamente establecido, y que, durante este proceso, un pedazo más pequeño debió ser añadido. Además, debido a su escasez, el papel era aprovechado al máximo por los artífices americanos, pues en los tres siglos de historia colonial, fue un bien de importación, no de producción local o peninsular. Ciudades como Génova, Italia, se convirtieron en centros que abastecieron de papel al Imperio hispánico.