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Santa Rosa de Lima
Anónimo
Óleo sobre tela
126 x 88 cm
Siglo XVII
 
El 2 de abril de 1671, fecha de la canonización de santa Rosa de Lima, ciudades como Roma, Madrid, Lima y México fueron escenario de fastuosas celebraciones. El motivo de estas fiestas no era menor, ya que ese día no solo se agregaba un nombre más al canon de los elegidos de Dios, sino que ese nombre correspondía al de la primera santa oriunda del Nuevo Mundo.
 
Santa Rosa, llamada Isabel Flores de Oliva, nació el 20 de abril de 1586, en Lima, capital del virreinato del Perú. Su vida estuvo consagrada a la oración, así como a la ayuda a los pobres y enfermos. Si bien ingresó a la Orden Tercera de Santo Domingo, para la época no existía un monasterio femenino de dicha orden en la capital peruana, por lo que convirtió el huerto de su casa en un lugar de retiro y contemplación. Allí, la santa vivió poderosas experiencias místicas y largos periodos de desolación espiritual; además dedicó su tiempo a realizar ciertas labores manuales como la costura, el bordado o el cultivo de rosas.
 
Para el momento de su muerte en 1617, su fama de santidad había traspasado los muros de su místico huerto. Durante las exequias, miles de fieles trataron de tocar el cuerpo de la santa o de obtener alguna parte de este como reliquia. Así, su culto se extendió por los dominios americanos del Imperio español, e incluso llegó a Europa, donde, hacia 1631, ya circulaban estampas suyas grabadas en Roma.
 
En esta pintura, vemos uno de los motivos iconográficos con los que fue representada la santa patrona de América, quien aparece de frente, sentada y vestida con el hábito de las Terciarias Dominicas, sobre el que luce un rosario. En su cabeza descansa una corona de rosas, semejantes a las que adornan la parte inferior de la imagen, y en sus rodillas se encuentra un paño en el que borda. Con su mano derecha sostiene aguja e hilo, uno de cuyos extremos toma el Niño Jesús que se encuentra junto a ella.
 
Esta imagen nos remite al trabajo manual que santa Rosa llevaba a cabo como soporte a sus oraciones mentales. La costura y el bordado eran empleados por la dominica como una forma de meditación, ya que al dar cada puntada tenía en mente un compendio de ciento cincuenta atributos divinos. De hecho, se cuenta que la santa confeccionaba las indumentarias de las imágenes con sus costuras y además las “adornaba” con tejidos “espirituales”, hechos a partir de avemarías, salves y ayunos.
 
En un sentido más amplio, esta escena nos muestra la unión entre la vida contemplativa y la vida activa, que surgió como resultado de la nueva apreciación de las artes manuales dentro de la piedad laica contrarreformista. Desde esta concepción, labores como la costura y el bordado fueron vistas como una forma de liturgia y oración que tuvo amplia acogida en los claustros femeninos.