Querubín
Anónimo
Yeso vaciado y policromado
23 x 36 x 15 cm
Siglo XVIII
Esta pieza hace parte de un grupo de cuatro querubines que acompañan las obras pictóricas en la nave del actual Museo Santa Clara. A lo largo de la historia de la tradición católica, estos seres celestiales se constituyeron como importantes figuras para transmitir el conocimiento y la iluminación divina que habían recibido al estar en contacto con las jerarquías superiores. Sin embargo, debido a las escasas menciones que hay sobre los ángeles en la Biblia, fueron individuos como Pseudo Dionisio Areopagita (siglo V), con su texto De coelesti hierarchia, y Santo Tomás de Aquino (1224/1225-1274), quienes establecieron las jerarquías angélicas que conocemos hoy en día, al igual que sus elementos distintivos a nivel visual.
Estos seres divinos, que adoptaron características humanas, se dividieron en nueve categorías diferentes, o coros. En ellas se encontraban los querubines, serafines, ángeles y arcángeles, los cuales contaron con unas características específicas que fueron establecidas con el fin de reconocerlos en el arte colonial latinoamericano. Los coros, según Pseudo Dionisio, se dividieron en tres jerarquías: la primera, conocida como la Superior o Suprema, tenía mayor rango y estaba regida por Dios Padre; la segunda, que es la jerarquía intermedia, estaba gobernada por Dios Hijo; por último, la jerarquía inferior, se relacionaba con el Espíritu Santo y era la que tenía mayor cercanía con el mundo terrenal y humano. Los querubines, junto con los serafines y los tronos, conformaron la primera jerarquía, y eran los que rodeaban, adoraban y sostenían a Dios.
Como se ve en esta escultura policromada, en Occidente los querubines suelen tener una iconografía establecida y reconocida, al representarse con una cabeza y dos alas a los lados. Estas alas suelen ser de color azul y dorado. Las esculturas policromadas de querubines en el espacio de Santa Clara se instalaron con el fin de reforzar el discurso divino que se buscaba mostrar en el templo, mientras acompañaban a las religiosas. También cumplían una función decorativa, que puede ser equiparable a la de las figuras de los putti, piezas ornamentales de niños alados en forma de Cupido o querubín. Estos elementos fueron utilizados de manera abundante en retablos y muros de iglesias durante el periodo del Renacimiento y el Barroco italiano y español, y seguramente fueron acogidos en la arquitectura religiosa neogranadina.