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Pieza del mes - Marzo 2018 - Museo Colonial

María Magdalena auxiliada por los ángeles

Anónimo quiteño

Madera tallada y policromada

25 x 33 x 25 cm

Siglo XVIII


María Magdalena es una de las figuras bíblicas sobre las que más han escrito y debatido los doctores de la Iglesia latina. Sus hagiografías y tradiciones populares son también numerosas. La caracterización de la santa proviene de tres personajes de los Evangelios: el de la pecadora (prostituta) que iba a ser apedreada (Lucas 7, 37-50); el de una de las mujeres que seguían a Jesús (Juan 20, 10-18) y el de la hermana de Lázaro y Marta (Lucas 10, 38-42). Fue el papa Gregorio I quien identificó a María Magdalena con estas tres figuras bíblicas y quien asoció su nombre con la prostituta perdonada por Cristo, interpretación que determinó su posterior iconografía de mujer arrepentida.

También en La leyenda Dorada, de Santiago de la Vorágine, encontramos informaciones que completan la caracterización. El historiador del arte Héctor Schenone resumió así la leyenda de la Magdalena que narra de la Vorágine:

Catorce años después de la Pasión y Resurrección de Cristo, un grupo de discípulos, dentro de los que estaba María Magdalena, tuvo que huir de Judea a otras tierras de las que también fueron expulsados. Los ‘infieles’ colocaron al grupo en una barca sin timonel ni velas para que así se ahogaran en el mar Mediterráneo, pero la Providencia los salvó y dirigió el navío al puerto de Marsella (Francia). En este lugar, el grupo se dedicó a la evangelización, mientras que la Magdalena se retiró a una cueva en un desierto para dedicarse durante treinta y cinco años a la contemplación y la penitencia.

Esta escultura quiteña de autor anónimo representa uno de los episodios más conocidos de la vida de la santa durante su retiro. Asociado por la tradición a la cueva de Sainte Baume, al sur de Francia, es el momento en que los ángeles transportaban a María Magdalena al cielo para alimentarla con manjares celestiales y reconfortarla de las exigencias del ayuno y la penitencia. Esto se puede deducir por los atributos iconográficos: la calavera que la santa sostiene en su mano, símbolo de arrepentimiento y conversión; y el libro que se encuentra a sus pies, con el cual, según la tradición, meditaba. La manera en que se relacionan los personajes completan los indicios sobre el tema que narra la pieza: al costado izquierdo, un ángel sostiene la espalda de la santa, que está en éxtasis y con los ojos cerrados, mientras, hacia el centro de la talla, otro ángel le sostiene la mano. Esta forma de representar a la Magdalena, acostada y acompañada por ángeles, tiene origen en una escultura perdida, ubicada originalmente en la cueva de Sainte Baume. Durante los siglos XVI y XVII esta iconografía se complejizó a fin de utilizarla para reforzar la idea del arrepentimiento y oración, producto de la devotio moderna propuesta por el Concilio de Trento.

A nivel técnico, la talla, si bien pequeña, tiene un proceso de producción muy complejo debido a que en su creación se emplearon diversos procedimientos. Los rostros, por ejemplo, son máscaras de metal con ojos de vidrio, unidas al cuerpo de madera por medio de tarugas. A nivel de policromía, se identifican tres procedimientos: primero, la aplicación de capas de color plano complementado con brocado, que sirve para darle a la madera una sensación de tela y volumen; en segundo lugar, la corladura de plata, técnica que consistía en adherir a la madera láminas de plata que se pintaban con colores metalizados para generar la sensación de materiales lujosos; y finalmente, algunos detalles a punta de pincel, procedimiento en el que el artesano pintaba motivos ornamentales con patrones hechos a mano alzada​