Anónimo
Óleo sobre lienzo
94 x 54 cm
Siglo XVIII
Este óleo sobre lienzo ingresó recientemente a nuestros acervos junto a un grupo de imágenes entregadas en donación al Museo Colonial. La composición representa un episodio de la infancia de la Virgen: el momento en que aprende a caminar. Puesto que los textos bíblicos y los Evangelios hacen escasa referencia a la vida de la Virgen antes de la Anunciación del nacimiento de Jesús, muchas de las representaciones de la infancia y primera juventud de María fueron rechazadas por los movimientos protestantes surgidos durante el siglo XVI. Sin embargo, mientras que gran parte de los artistas europeos se rehusaban a representar a la Virgen niña, en España y sus territorios americanos tales escenas tuvieron gran difusión.
Este episodio en particular se narra en el sexto capítulo del protoevangelio de Santiago. Según este texto, cuando María cumplió seis meses de vida, santa Ana, su madre, la dejó sobre el piso. La niña dio siete pasos para volver al regazo de la santa, quien la levantó y no dejó que tocara el suelo hasta llevarla al templo de Dios. Cuenta Santiago que la santa le construyó a la niña un oratorio en su habitación y no permitió que elementos impuros tocaran sus manos.
En La Virgen niña aprende a caminar se observa el momento exacto en que María, vestida con una túnica blanca, símbolo de pureza, camina hacia su madre, quien la espera arrodillada con los brazos tendidos. Santa Ana sujeta con una de sus manos un pan y, con la otra, toca el racimo de uvas que lleva san Joaquín. Ubicado a la derecha de la santa, el padre de la Virgen sostiene con su otra mano una granada.
Un ángel acompaña a la familia. Arrodillado tras la Virgen, porta una canasta de fruta en sus manos y observa atentamente la acción de la santa. Hacia la parte superior de la composición vemos un rompimiento de gloria, del cual emanan rayos dorados y desde el que se asoman dos querubines y una paloma blanca, símbolo del Espíritu Santo. La incorporación de estos personajes en la composición no solo permite poner de manifiesto la presencia divina en este episodio de la infancia de la Virgen, también respalda la santidad de Ana y Joaquín, quienes llevan aureolas sobre sus cabezas.