Anónimo
Óleo sobre tela
165 x 109 cm
Siglo XVII
La imagen de la Virgen en el arte colonial fue un componente esencial en las prácticas culturales de la época y en la difusión del papel ejemplarizante que se le atribuía. Una de las advocaciones marianas que tuvo mayor difusión en la Nueva Granada fue la de la Inmaculada Concepción, que se representa en esta pintura resguardada en la colección del Museo Santa Clara.
Aquí, la Virgen se representa con los atributos comunes de la Inmaculada, por lo que está vestida con una túnica blanca y un manto azul, mientras que sobre su cabeza tiene una corona rodeada por doce estrellas. La presencia de las doce estrellas puede entenderse como una referencia a los doce apóstoles, las doce tribus de Israel o los doce privilegios que Dios le otorgó a la Virgen. A cada costado del manto se nota una media luna invertida en plata, cuyas puntas se dirigen hacia arriba, mientras que a los pies de la madre de Cristo se ubican tres querubines. Debajo de estos se observa la cabeza de una serpiente o dragón, una referencia directa al mal y que muchas veces suele vincularse con los enemigos de la fe. Además, se le muestra con resplandores solares a sus espaldas, atributo que también se interpreta de distintas maneras: puede asociarse con la figura de Cristo, con las virtudes de María o como un símbolo del sol de la justicia.
Esta pintura contiene otros elementos que la hacen interesante. Por un lado, podemos establecer que se trata de un "verdadero retrato", una representación de una escultura mariana que era reproducida en pinturas o grabados y difundida entre los fieles, pues se pensaba que con estas imágenes se lograba mantener el carácter prodigioso de la pieza original. Por esta razón, María se muestra sobre un altar y enmarcada por unas cortinas abiertas, visibles en las esquinas superiores de la obra. Además, se representa con ricas vestiduras, las cuales eran añadidas a las esculturas por los mismos fieles, una práctica que conocemos como "indumentaria postiza" y que buscaba humanizar esta imagen santa y acercarla al fiel. En este caso, el manto de la Virgen se representa de forma cónica o triangular, y su presencia en las imágenes marianas andinas alude a la protección que esta proporcionaba, pero también a las montañas y su relación con la Pachamama, divinidad inca que representa a la Madre Tierra, elemento que hace evidente un sincretismo entre la religiosidad europea y la indígena.
Alrededor del dogma de la Inmaculada Concepción se dieron duras disputas entre las diferentes órdenes religiosas en la Nueva Granada, pues este planteaba que la madre de Cristo había sido concebida libre de todo pecado. Esta creencia causó grandes debates desde los primeros tiempos del cristianismo, llegando hasta el territorio neogranadino. Mientras que franciscanos y jesuitas apoyaban esta condición divina de la Virgen, los dominicos la reprobaban. Esta discusión llegaría a su fin en 1854, año en que la concepción de María sin pecado original se proclamó como dogma de la Iglesia por el papa Pío IX. La amplia presencia de obras de esta advocación en la exiglesia clariana da cuenta de la defensa de este dogma por parte de las religiosas que habitaron el convento, y el posible rol que tuvieron en su propagación.